lunes, 2 de agosto de 2010

Contraluces

Mil miradas te escudriñan
cuando está despierto el demonio que habita en tu cuerpo
con su apariencia de ciervo penoso
y su piel de Belcebú avejentada.
Mil labios murmuran
porque tu corazón esconde cualidad de guerrero medieval.
- De todo padeció- dicen.
- Es más sagaz que un lince- y te maldicen.
- Ella es su víctima- gruñen.
Te muestras tan impávido como intransigente.
Desproporcionadamente turbio
vives cerca de las nubes,
como en una película porno australiana,
cuando viajas cada noche
a iluminar mi habitación con tu contracolor ruinoso
sin dispensa papal de santo matrimonio.
Flácido como eres,
apareces brutal y verdugo
asesino serial y demacrado,
que va paseando su esqueleto
desnudo y sibilino
en horarios impropios de la madrugada,
entre sombras crispadas en cama ajena,
harto de ser
un gratuito carroñero fortuito,
usurero de crimen y castigo,
o un león zahareño,
hastiado de andar ahíto de tinieblas.

Pero al verte en faena,
tembloroso,
con tus 60 años a cuestas,
chorreando tinta negra de tus cabellos blancos,
me dan calosfríos.
Resfríos conyugales.
Disimulo el asco
a mis 22 recién cumplidos,
dulce y bonita
yo, la niña decente,
la redentora,
la de los senos erectos y juveniles
que parecen desconocer la turgencia
de haber sido amados por el hombre;
yo, la luz de tus ojos,
limpio tus vómitos de borracho,
seco tus babas de fétida saliva
y conteniendo la respiración
me inclino de rodillas ante tu abultada billetera.

-La he engañado- piensas.
Sonríes con lascivia
y gozas mi vida de muchacha
a expensas de un simulado peregrinaje
en la imprudente hora del amanecer
en la que concibo virginalmente
un vástago tuyo,
lo que es admirable desde todo punto de vista,
un pequeño monstruo igual a ti
convulso e impotente,
mientras cruzo la línea blanca que consumo obligada,
en tanto nos aleja del espacio real,
y pides perdón a Eros por mi ingenuo pecado
de ambición en el tiempo presente
donde los deseos se me figuran cumplidos,
porque no habrá más futuro que tu herencia:
en cuanto consiga el certificado de casamiento
no hará falta que repita el vía crucis.

Beso tu húmedo prepucio
con profesionalidad aséptica,
Abandono el nido como una garza real
radiante, esplendorosa.
Y cuando te vas,
arrojo las sábanas al piso
en un cuarto donde la cucaracha más pequeña
es más grande que uno de los botones
de tu sobretodo de Escribano.